Si hay una piedra en el camino, no solo tropezarás con ella, sino que estará ahí otra vez la próxima vez que pases, aunque cambies de dirección.
Expansionismo: la sombra que nunca se va
Estar jubilado es tener tiempo. Tiempo para detenerse. Para leer más allá del titular. Para pensar en lo que antes pasaba fugaz, entre el ruido del día a día. Antes, leía la prensa como quien se lava la cara por la mañana: una rutina. Ahora leo con más calma. Y lo que veo no es alentador. El mundo se muestra más complejo, más turbio, a veces más preocupante.
Entre los noticias y las emisiones de Euronews, hay una palabra que no deja de repetirse. Aparece como un eco disfrazado de actualidad, pero su raíz es vieja. Muy vieja.
¿Qué es el expansionismo?
Es una ideología —o una pulsión histórica— que busca extender el poder de unos sobre otros. Puede ser territorial, económico, cultural o político. Siempre aparece con promesas de grandeza: más territorio, más riqueza, más prestigio. Pero casi siempre deja lo mismo: conflicto, desigualdad, devastación.
No es un fenómeno nuevo. Solo cambia de forma.
El Imperio Romano.
El colonialismo europeo.
La anexión de Crimea en 2014.
La guerra en Ucrania, 2022.
Las rutas comerciales y de infraestructura que China teje por medio mundo.
La sombra larga de EE.UU. en América Latina.
El Tíbet ocupado.
O incluso Trump y su ocurrencia de comprar Groenlandia.
Todo apunta a lo mismo: la voluntad de poseer lo que está más allá.
Tipos de expansionismo
Territorial
La forma más directa: apropiarse de tierras mediante guerra, anexión o presión. Desde los antiguos imperios hasta las fronteras forzadas por conflictos modernos.
Económico
No se necesitan ejércitos. Solo mercados, tratados, deuda y dependencia. La riqueza fluye… pero no siempre en ambas direcciones. El dominio llega disfrazado de inversión.
Cultural
Más sutil. Impone costumbres, idiomas, valores. Lo global se come lo local. La diversidad se homogeneiza. Las culturas minoritarias desaparecen sin que nadie dispare una sola bala.
Político
Poder blando, influencia encubierta, golpes de Estado. Protectorados sin bandera. Alianzas que no son iguales. La soberanía se erosiona desde dentro.
La historia no se repite… tropieza
Dicen que la historia es cíclica. Yo creo que simplemente no aprendemos. Tropezamos con las mismas piedras. Las mismas promesas. Las mismas consecuencias.
Hoy, en pleno siglo XXI, el expansionismo debería parecernos una idea anacrónica. Pero sigue vivo en los discursos populistas, en los líderes nostálgicos que prometen “hacer grande otra vez” a sus naciones. Apela a emociones básicas: miedo, orgullo, pertenencia. Y ahí se instala.
¿Por qué debería importarnos?
Porque el expansionismo genera guerra, sufrimiento, desplazamientos. Porque impone lenguas y culturas. Porque agota recursos que no son suyos. Porque vende ilusión de poder, y deja ruinas.
Y lo más grave: porque nos hemos acostumbrado a mirarlo desde lejos. Como si no fuera con nosotros. Como si los mapas no cambiaran. Como si el tiempo fuera infinito y ya habrá otro momento para reaccionar.
Un mundo de etiquetas… y poca profundidad
Vivimos entre etiquetas.
Derecha. Izquierda. Progreso. Tradición. Capitalismo. Antisistema.
Como si bastara con nombrar algo para entenderlo. Como si el mundo pudiera dividirse entre buenos y malos, héroes y villanos. Nos quedamos en la superficie. No vemos el fondo. No conectamos los puntos. Y por eso no vemos venir lo que ya está aquí.
¿Y si empezamos a mirar diferente?
Jubilarse no es retirarse del mundo. Es tener tiempo para observarlo con otros ojos. Leer con calma. Pensar con pausa. Y darse cuenta de cosas que antes solo eran un parpadeo.
El expansionismo, con todas sus caras, es una de esas cosas. No es historia antigua. Es presente disfrazado. Y si no lo entendemos, lo repetiremos.
La pregunta es: ¿tenemos tiempo, como sociedad, para ver lo que ya está ocurriendo?
O seguiremos tropezando. Una y otra vez. Con las mismas piedras.