jueves, 19 de diciembre de 2024

EXTREMEÑOS VERSUS ALENTEJANOS. LUSITANOS TODOS

 


E como tudo na vida, dê tempo ao tempo e ele encarregar-se há de resolver os problemas.


En la década de 1960, vivía en Extremadura, y la conexión con nuestros vecinos portugueses era prácticamente inexistente. A pesar de la cercanía geográfica, existía una barrera cultural y lingüística que nos mantenía distantes. Cruzar la frontera hacia Elvas era un acto utilitario: íbamos a comprar café, tabaco y otros productos más accesibles en el país vecino. Los portugueses eran vistos como habitantes de un lugar distinto, con un idioma y costumbres ajenas. Esa sensación de diferencia acentuaba la separación.

Sin embargo, con el paso del tiempo, he observado cómo esas barreras invisibles han comenzado a desvanecerse. A medida que he viajado más, mi curiosidad por la cultura portuguesa ha crecido, y he desarrollado una profunda apreciación por este bello país. Desde 2016 hasta hoy, he tenido la oportunidad de recorrer Portugal de norte a sur en diversas ocasiones. Esos viajes me han permitido descubrir no solo su belleza geográfica, sino también la riqueza de su gente, su historia y su cultura.

Lisboa, en particular, ha capturado mi corazón. Su cultura vibrante, su historia densa y su paisaje urbano encantador me han llevado a considerar seriamente la posibilidad de vivir allí. No es una fantasía improvisada, sino una reflexión tranquila sobre el impacto que esta ciudad ha tenido en mí.

De forma similar, el Alentejo —que en mi infancia era solo un destino de compras ocasionales— ha revelado con el tiempo su propio encanto sereno. Hoy veo a Évora como un lugar atractivo para residir, con su equilibrio entre historia, modernidad y estilo de vida pausado. Este cambio de percepción refleja también un fenómeno más amplio: un interés creciente en nuestra sociedad por la cultura portuguesa.

Para entender la profundidad de este vínculo, conviene mirar hacia atrás. La antigua Lusitania, que abarcaba lo que hoy conocemos como Extremadura y parte de Portugal, fue habitada por diversas culturas. Los lusitanos, por ejemplo, se asentaron en la región en el siglo VI a.C., y su legado ha perdurado en la cultura de ambos países.

Tras la caída del Imperio Romano, llegaron los suevos, los visigodos y, más tarde, los musulmanes. Con el tiempo, la región se dividió en dos reinos: Portugal y León-Castilla. Esa separación marcó el inicio de trayectorias políticas distintas, pero no extinguió los vínculos culturales y humanos.

Es curioso —y significativo— que muchos de los conquistadores españoles que viajaron a América, como Hernán Cortés o Francisco Pizarro, tenían raíces lusitanas. A pesar de las fronteras, hubo siempre una conexión latente, un tronco común.

Un dato revelador: más de 100 apellidos españoles tienen su origen en Portugal. Apellidos como Ramos, Delgado o Castro son solo algunos ejemplos. Esta herencia onomástica habla de una historia compartida, de migraciones, mestizajes y familias entrelazadas por siglos.

Mi relación con Portugal ha cambiado profundamente. De una desconexión marcada en los años 60, he pasado a un reconocimiento afectivo y sincero. Este cambio ha enriquecido mi vida, y, a pequeña escala, también refleja un acercamiento entre nuestras culturas.

Portugal ya no es un país extraño. Es cercano, querido, familiar. Y en ese vínculo renacido, me gusta imaginar un escenario más ambicioso: un resurgimiento de Lusitania, una región autónoma dentro de la Unión Europea que integre el Algarve, Huelva, Extremadura y el Alentejo, unida no por la política, sino por la historia, la lengua y el paisaje.

Mi nostalgia por ese nacionalismo lusitano no es ideológica, sino cultural. Es una invitación a reconocer y celebrar nuestras similitudes. No se trata de borrar diferencias, sino de valorar lo que nos une.


Raíces compartidas: de la distancia a la conexión ibérica

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