jueves, 12 de junio de 2025

LEYENDA NEGRA. SEGUNDA PARTE

Imagen ilustrativa sobre la segunda leyenda negra de España

La Segunda Leyenda Negra: España y su exclusión internacional en la posguerra



La exclusión de España del Plan Marshall, su aislamiento diplomático y su caracterización como una anomalía europea durante la Guerra Fría no pueden explicarse únicamente por la dictadura de Franco. Una herencia de estigmas históricos, reforzada por la propaganda cultural y la geopolítica selectiva de las potencias vencedoras, consolidó lo que hoy varios historiadores ya definen como una “segunda leyenda negra”.

Este fenómeno no tuvo la misma intensidad ideológica que la del siglo XVI, pero sí un efecto similar: condenar a España al margen de los procesos clave del desarrollo occidental, en nombre de principios que se aplicaron de forma desigual.

La conocida Leyenda Negra del siglo XVI, alimentada por rivales europeos como Inglaterra y los Países Bajos, pintó a España como una potencia cruel, oscurantista e intolerante. Esta narrativa —difundida mediante propaganda y crónicas adversas— sirvió para desacreditar a un imperio que, en ese momento, dominaba vastos territorios globales. Lo que resulta sorprendente es cómo ciertos elementos de esta visión negativa reaparecieron siglos después, durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Varios estudios recientes coinciden en que una forma moderna de leyenda negra —una “segunda leyenda negra”— resurgió entonces, estigmatizando a España no solo por su régimen dictatorial, sino por factores culturales e históricos más amplios.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, España fue deliberadamente marginada del sistema internacional reconstruido por las potencias aliadas. En 1946, la recién fundada Organización de las Naciones Unidas recomendó el retiro de embajadores de Madrid, condenando al régimen franquista a un aislamiento diplomático que duró hasta mediados de los años 50. Además, a diferencia de Alemania Occidental o Japón —ambos responsables directos del conflicto global—, España fue excluida del Plan Marshall, el programa estadounidense de recuperación económica para Europa.

Este rechazo ha sido analizado no solo como una reacción al autoritarismo de Franco, sino también como un fenómeno que incorporó viejos prejuicios culturales. Como señala el historiador David Brydan (Franco’s Internationalists, 2019), esta marginación tuvo una clara carga simbólica, reforzando la imagen de España como una nación reaccionaria, “no confiable” y ajena a la modernidad occidental.

Uno de los puntos más llamativos de esta exclusión fue el doble estándar aplicado por Estados Unidos. Alemania, responsable del Holocausto y de los peores crímenes del siglo XX, fue objeto de una rápida rehabilitación y apoyo. Incluso políticos con vínculos al nazismo, como Hans Globke o Theodor Oberländer, ocuparon cargos públicos en la nueva Alemania Occidental. Mientras tanto, España, que no participó directamente en la guerra, fue tratada como un Estado paria. Esto, a pesar de que Franco había reprimido internamente al comunismo y mantenido una postura de neutralidad oficial, aunque con simpatías por el Eje.

Esta situación ha llevado a historiadores como Sebastiaan Faber o Stanley G. Payne a preguntarse si la exclusión no respondió tanto a principios democráticos como a prejuicios estructurales sobre lo “español”.

El Plan Marshall fue más que un programa económico: fue un instrumento estratégico para consolidar la hegemonía occidental frente a la amenaza soviética. La inclusión de países como Francia, Italia e incluso Alemania —a pesar de sus pasados autoritarios recientes— contrastó drásticamente con la exclusión de España.

El historiador D.A. Messenger, en Beyond War Crimes: US Policy in Franco’s Spain after WWII (2011), sostiene que la decisión de excluir a España respondió tanto a razones morales como a una necesidad simbólica de reafirmar un nuevo orden democrático, aunque esas mismas reglas no se aplicaron con igual severidad en otros contextos.

La hostilidad internacional no se limitó al terreno político o económico. Como señala Nathaniel Rosendorf en su estudio sobre propaganda y turismo (Franco Sells Spain to America, 2014), el régimen franquista tuvo que embarcarse en una campaña internacional de relaciones públicas para intentar mejorar su imagen en el mundo anglosajón. Esta necesidad de “vender” España como un destino amigable y moderno ilustra el grado de estigmatización heredado.

La retórica antifranquista fue también alimentada por exiliados republicanos y por medios de comunicación británicos y franceses, muchos de los cuales veían a España como un reducto del viejo fascismo europeo.

Varios académicos, como Sebastián Balfour y María Pilar Jáuregui, han reflexionado sobre cómo la Leyenda Negra evolucionó y se adaptó a los tiempos. En vez de denunciar la Inquisición o la Conquista de América, el discurso negativo se trasladó a la represión franquista, el atraso económico y la supuesta incapacidad española para alinearse con la modernidad europea.

La normalización llegó en 1953 con los Acuerdos de Madrid, mediante los cuales Estados Unidos accedió a proporcionar ayuda económica a cambio de bases militares estratégicas en suelo español. Pero para entonces, España había perdido los años clave de la reconstrucción europea y quedó al margen del proceso de integración inicial que dio origen a la actual Unión Europea.

Esta entrada tardía y condicionada alimentó aún más el sentimiento de agravio en sectores intelectuales españoles, que vieron cómo antiguos enemigos eran rehabilitados y su país seguía siendo percibido con recelo.


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