La solución de un problema crea automáticamente nuevos problemas.
Coincido sin ser experto con la mirada del neurocientífico que inspira estas líneas. La mayoría de los pensamientos que anticipan problemas no se cumplen y, sin embargo, les damos crédito. En ocasiones he visto en personas a mi alrededor esto. No se trata de negar emociones ni de imponer optimismo, sino de aprender a mirar con más distancia, de observar sin reaccionar. Lo que propone no es silenciar la mente, sino ponerla en su sitio. Y eso, hoy más que nunca, es esencial.
Vivimos acompañados, casi sin darnos cuenta, por un flujo constante de pensamientos que anticipan desgracias. Imaginamos conflictos, pérdidas, enfermedades, fracasos. La mente, en su intento de protegernos, se adelanta con hipótesis y escenarios que rara vez llegan a hacerse realidad. Pero aunque no sucedan, su peso emocional es real. Para determinadas personas es angustioso. Nos preocupamos, nos tensamos, sufrimos por adelantado. Y lo más paradójico es que la mayoría de esos pensamientos nunca se cumplirán.
Frente a esta evidencia, un enfoque propuesto desde la neurociencia resulta especialmente lúcido. No se trata de imponer silencio mental ni de repetir mantras de optimismo forzado. Tampoco de negar lo que sentimos. Nadie esta libre de un pensamiento inicial negativo. El objetivo no es fingir que todo está bien, sino mirar con más claridad lo que nos pasa por dentro. Observar nuestros pensamientos sin creer en todos ellos. Tener una idea no la convierte en verdad. No todo lo que aparece en la mente es una señal de alarma que debamos obedecer y aceptar.
El problema no es que pensemos —eso es inevitable—, sino que reaccionamos como si cada pensamiento negativo fuese una advertencia certera, una amenaza que debemos atender. Así, lo ficticio toma cuerpo y se convierte en sufrimiento. Lo que propone este enfoque es simple pero poderoso: cultivar una mirada más crítica hacia lo que pensamos, sin negar ni reprimir, pero sin entregarnos sin filtro a la narrativa mental.
En tiempos de incertidumbre, esta práctica puede actuar como un pequeño salvavidas. Nos recuerda que, aunque no podamos evitar que ciertos pensamientos aparezcan, sí podemos elegir cuánto poder les damos. Debemos observar sin reaccionar de inmediato, sentir sin dramatizar, respirar antes de interpretar. No se trata de eliminar pensamientos incómodos ni emociones intensas. Se trata de dejar de obedecerlos como si fueran órdenes, de poner una distancia mínima, la justa para poder decidir. Porque hay una diferencia esencial entre tener un pensamiento y vivir según él.
Este proceso requiere de atención, conciencia y práctica. Es imperativo aprender a identificar cuándo nos encontramos inmersos en una ficción mental y concedernos la autorización para liberarnos de dicha ilusión, no como una estrategia para evadirse, sino como un método para vivir con mayor lucidez. En un contexto caracterizado por la prevalencia de la ansiedad, este mensaje no se trata de un mero eslogan de autoayuda. Se trata de una invitación a ejercitar una forma distinta de inteligencia, mediante la cual se invita a no creer ciegamente en todo lo que se piensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario