La ignorancia afirma, la ciencia duda.
En 2021, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador pidió a España y al Vaticano que se disculparan por los abusos cometidos durante la conquista de América. Más allá del gesto simbólico, el planteamiento revela una mirada anacrónica: juzga el pasado con los valores morales y políticos del presente. Es un error común, pero no por eso menos problemático. Las estructuras sociales del siglo XVI —la ley, la religión, la moral— eran completamente distintas a las actuales. Ni el Reino de España ni la Iglesia de hoy son los mismos entes que lideraron la conquista hace 500 años. Pedirles cuentas como si fueran los mismos actores ignora siglos de transformaciones profundas.
Además, esta visión simplista de “conquistadores y conquistados” omite un hecho clave: decenas de miles de indígenas participaron activamente en la caída del Imperio azteca. Como recuerda el historiador Manuel Lucena Giraldo, muchos pueblos originarios se aliaron con los españoles no por sumisión, sino por estrategia. El imperio mexica no era querido por todos. La conquista fue también una guerra entre indígenas, una guerra civil instrumentalizada por un nuevo poder externo. Este dato incómodo no encaja en el relato actual que busca héroes y villanos claros, pero es esencial para entender la historia con rigor.
Lucena también critica el doble estándar que representa esta exigencia de perdón: se condenan hechos del siglo XVI, pero se guarda silencio sobre las violencias cometidas en los siglos XIX y XX por los propios Estados latinoamericanos contra los pueblos indígenas. ¿Dónde están las disculpas por eso? ¿Dónde está la responsabilidad asumida por la exclusión que todavía hoy persiste?
La historia ha sido usada políticamente desde la independencia, cuando las élites criollas neces
itaban separarse del pasado español. La “leyenda negra” sirvió para construir una identidad nacional a partir del rechazo. Luego, en el siglo XX, el indigenismo reforzó una visión idealizada del indígena del pasado y una condena total a la conquista, mientras se ignoraban las injusticias presentes. Pero la historia no se puede escribir desde la comodidad de una ideología. No fue una cruzada de bárbaros europeos contra pueblos inocentes. Fue un proceso mucho más complejo, con alianzas, conflictos y transformaciones que no caben en relatos binarios.
Lo que propone Lucena es dejar atrás los clichés y abordar el pasado con seriedad. Entender al Imperio español como una monarquía global, no como un simple invasor. Reconocer que México, Perú, Colombia y otros países formaron parte de una red imperial que definió la historia mundial. El objetivo no es justificar, sino comprender. Solo así se podrá construir una memoria histórica madura, sin maniqueísmos ni atajos políticos.
Fuente: National Geographic Historia, entrevista a Manuel Lucena Giraldo.
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