INFILTRADOS
No hay secretos, solo verdades esperando ser descubiertas
El derecho a opinar es libre; no obstante, muchos especialistas no solo en política, sino también en filosofía, sociología y seguridad, no comparten esta perspectiva. Es una pena que estas personas, como se dice en Chile, sean doblemente “culeadas”: primero por el infiltrado y después por el sistema al que intentan desafiar.
La figura del infiltrado ha sido una herramienta clave para garantizar la seguridad pública y preservar el Estado de Derecho. Aunque controvertido, su uso en la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y los movimientos antisistema es esencial para los cuerpos de seguridad. Su labor no se limita a la recopilación de información: permite desmantelar estructuras complejas y prevenir daños a individuos e instituciones.
La infiltración tiene un carácter preventivo. Ante amenazas como el terrorismo y el crimen organizado, que erosionan la legitimidad institucional, los infiltrados permiten anticiparse a las acciones de grupos ilegales. Estos, sean células terroristas, redes de narcotráfico o movimientos antisistema, suelen recurrir a estrategias que debilitan la convivencia social.
En el caso del terrorismo, los infiltrados han prevenido atentados y desarticulado células operativas. Su presencia permite identificar líderes, métodos y financiamiento, esenciales para intervenciones efectivas. En el ámbito del crimen organizado, han sido clave en operaciones contra redes de drogas, armas y trata de personas, proporcionando información inaccesible desde fuera.
Otro desafío actual es prevenir la radicalización, tanto ideológica como violenta. Aquí, los infiltrados detectan tempranamente cómo movimientos sociales pueden transformarse en organizaciones violentas. Esto ocurre en grupos extremos de diversa índole y en células de ideologías radicales. La infiltración permite identificar los puntos donde la ideología se convierte en acción violenta y, así, proteger objetivos y miembros manipulados por líderes extremistas.
Los movimientos antisistema, aunque no siempre violentos, cruzan líneas cuando afectan derechos fundamentales o infraestructuras críticas. Los infiltrados permiten entender sus dinámicas internas, identificar líderes y anticiparse a acciones que podrían generar caos o daño. Esto ayuda a distinguir entre quienes buscan cambios democráticos y quienes recurren a estrategias destructivas, asegurando intervenciones proporcionales y respetuosas con los derechos ciudadanos.
La seguridad ciudadana depende de acciones preventivas. Los infiltrados garantizan que las actividades de grupos radicales no amenacen vidas, bienes o derechos. Su rol es vital en conflictos que afectan a sectores vulnerables, como trabajadores o usuarios de servicios interrumpidos por protestas.
La figura del infiltrado es un arma de doble filo. Genera dilemas éticos y cuestiona los límites de la intervención estatal. Sin embargo, su eficacia en la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y los grupos antisistema es innegable. En un mundo complejo, donde las amenazas son múltiples, los infiltrados son necesarios para garantizar seguridad y estabilidad.
La clave de su legitimidad es un uso responsable, regido por la legalidad, la proporcionalidad y el respeto a los derechos humanos. Solo así pueden cumplir su función sin comprometer los valores democráticos que buscan proteger. El infiltrado, al actuar bajo reglas transparentes y justas, se convierte en un defensor del Estado y un guardián de la democracia.
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